No importa. Sábado doce del medio día y el vaso estaba a medio llenar. Palabras de un viernes a la noche (ver “Anoche me llamó el Memo) que se llevó aquel viento de este otoño desubicado y se olvido ese renglón caluroso, me mostraban una realidad distinta pero cada vez mas agradable. De los seis boludos del principio, pasamos a ser 9, increíble pero real, creo que si teníamos el teléfono de Francescoli o de Mirtha Legrand los invitábamos a jugar. Ya no teníamos más a quien llamar. El señor que cuidaba los autos, ahí en el estacionamiento del museo, estuvo a esto, de ponerse la verde y azul, mire lo que le digo. Pero bueno, 9 caballeros “boludos” emprendían la hazaña de un empate milagroso.
Llegamos 35 minutos tarde, para esto, los organizadores nos habían llamado ya dos veces y las excusas se agotaban en ese descontento contextualizado de amargura y nerviosismo. Arribamos al predio y nos recibieron como a Palermo en la cancha de River.
Los rivales esperaban hacia 45 minutos, eran como 19. Pedimos disculpas por la demora y nos dispusimos a jugar. Imagínese señora como armamos ese equipo, ni tiempo a elegir cara o seca tuvimos. El único que sabia a donde pararse era el Memo, los demás éramos un puñado de dados recién salidos de un cubilete.
Para que le voy a seguir contando, me imagino que se imagina el final, esto no es Holywood ni mucho menos, Argentina, y jugamos en Villa Esquiú. Perdimos 4 a 0. Si señor, pero con la frente en alto. Como siempre.
Ah, me olvidaba de contarle, el décimo era amigo de uno, no era el que pasaba y lo cargamos como pensé yo. Aclarado el tema, el sábado jugamos de vuelta y me pregunto antes de irme a dormir ¿eso de juntarnos en la puerta de un museo, será signo de que quedaremos en la Historia?
¿Hola Susana? Te estamos llamando… ¿Te pasamos a buscar?