lunes, 7 de junio de 2010

Se vistieron de escuderos


No hizo falta nada más. Todos sabemos que fue eso y nada más que eso. Todos sabemos que cada día que pasa somos más y más, y nadie se pregunta por que.
Los que juegan y los que no, se suman a la fiesta cada uno de los sábados de este año que empezó unos meses para atrás. Los asados ayudan y mucho. Teníamos razón al decir alguna vez que era preferible faltar al partido y no a la fiesta culinaria de cada reunión mandioquera.
- Se puso sentimental, dirá algún mal intencionado. Puede ser, - ¿y por que no? Si es la verdad. No hizo falta nada más.
La tarde arrancaba mala para los supersticiosos. 17 marcaba la lista de convocados en aquel fin de semana. Remarcando la desgracia de un número cargado de prejuicios, el cual debe recorrer los pasos de su vida con esa mochila desagradable que alguna vez alguien le puso, inquietaba a un puñado de jugadores que alguna vez, pusieron un pesito en la quiniela.
Inconvenientes en el horario después, nos depositaron en el predio una hora y media antes de lo convenido. ¿El rival? También era distinto, un puntero y con cierta carga literaria y deportiva que engrandecía un espectáculo mas que sabroso y lindo de jugar.
Ni el caballo de Troya ni la espada de Damocles hicieron falta para demostrar la inseguridad de aquellos que alguna vez ostentaron un gran poder que ellos mismos habían inventado. Solo ella y nosotros, todos, los 17 y mas que estábamos ahí desenmascaramos ese imperio de papel.
Y el tiempo empezó a correr de una manera brutal y distendida a la vez. Se respiraba confianza pero nadie quería decirlo, por las dudas. Garra y compromiso hicieron un primer tiempo desprolijo y refinado. Mordía el mediocampo intentado desmoronar el muro. Ayudaba la defensa empujando desde atrás y el arquero a lo suyo, entre flechas y voladas se ocupaba de detener al oponente ancho de ego.
La pelota se dibuja por derecha encontrando en aquel gladiador de dientes apretados, la mágica zurda en forma de espada que dejó a aquellos caballeros mirando al sur con una sola estocada, la cuál colocó solo al hidalgo delantero que empujó, con una mágica destreza, el arma de la tarde al fondo de la red. Gritos de victoria nos depositaban a la vanguardia del encuentro.
Aguantar la ofensiva rival sería el futuro de la historia. Todos se vistieron de escuderos, hasta los que estaban solo destinados a atacar. Cargando esos pesados escudos, que alguna vez nos enseñó a usar aquel fantasma desdichado, el sacrificio parecía ser la salida adecuada.
Pero como en cada cuento, de verdad o de ficción, siempre hay un maldito pero (el que hace algunas veces, como en esta, más lindas las historias). El empate llegó cuando el día se acababa, cuando el primer tiempo se despedía en su andar fatigado, así nos fuimos todos a tomar agua y descansar en aquel aljibe de ansiedad.
El punto del comienzo del relato se describe perfectamente en esos 5 minutos de descanso. No volvieron los mismos, o casi los mismos. Nuevos, muchos, 6 son muchos. Sin querellas los de afuera, que dejaron la arena, el terreno de juego, alentaron a los que estaban por salir. Por eso no hizo falta nada más. Todo estaba escrito ya.
El silbato del segundo tiempo asomaba como el sol por el horizonte del este reiterativo y rutinario. Había que volver al ruedo y de repente ella, como parte de la historia que tratamos de contar, era el arma más punzante, era la protagonista absoluta para derrocar cualquier intento de imperio de papel. Y ahí sale, volando, flotando por el aire se dispone a llegar al destino indicado. En su paso por el viento recuerda asados, canciones, bailes, historias, anécdotas y demás, y sigue flotando y se acerca al punto exacto en donde los globos se cansan de volar y así, se desploma en el ancho de la red para brindarle aquella panza de alegría que el tejido tanto espera. Se derrumba, se desmorona la leyenda, se escribe una nueva, la de los pequeños gladiadores vestidos de verde y azul, con el mapa de “las historias pa contar” como estrellas de victoria, se disponen a intentar construir un nuevo imperio, sin barreras ni muros altos, sin broncas ni hechiceros de mal gusto, sin soldados ni escuderos, solo imperios de asaditos y ferné.