domingo, 16 de mayo de 2010

"Hasta la victoria siempre"


Temprano me senté solo contra el alambrado verde que da a la avenida Valparaíso. A lo lejos caminaba el guille, que mas temprano que yo, saludaba a unos viejos compañeros que se disponían a jugar. Aburrido dejé las cumbias que me acompañaban en el mp3 y me fui a buscar la planilla para empezar a llenarla.
- Mandioca somos, - le dije al de la mesa de control. - ¿Como van estos?, le pregunté.
– Dos a cero gana el taladro. Me dio una carpeta, la birome y emprendí el regreso.
Tarareando aquellas cumbias olvidadas, esquivaba los susurros del invierno. A lo lejos se veían llegar. Encapuchados los muchachos hacían su ingreso al predio que los vería correr aquella tarde.
- Míralo a este con ese gorrito, tiró uno de los vagos mientras los demás se saludaban. Nos juntamos todos a llenar las planillas y a dar el equipo. Éramos una banda, como 15 o mas. La hinchada se arrimaba al fogón de los nervios, saludaban y enseguida arrancaban a colgar las banderas.
- Salimos con el Turco Yuni, Guille, Joaco, Emma y el Turco Faruk, el Eze, Bruno, Santi y el Fibra; y arriba vamos con Dutto y Pablito.
De ahí nomás a precalentar. Se movían los muchachos mientras nosotros, los suplentes, les robábamos unos buenos mates a la barra.
Ejercicios complicados de coordinación decoraban una tarde más del deportivo mandioca. Ansioso el Santi, sin ganas de correr ya, fue a buscar al arbitro del partido que se hacia esperar.
Arrancaban los 30 primeros minutos y se podía oler, con cada ráfaga de viento que soplaba desde el sur, las ganas de no volver empatar.
Abanicaba bien la defensa de izquierda a derecha, se prestaban la pelota el 3 con el 4 invitando a los centrales a sumarse al bailongo. Los cincos se arrimaban con la entrada en la mano para que los dejen jugar. El 8 desbordaba incansablemente por derecha y el 11 dibujaba sobre la línea de cal. Un perro que pasaba por ahí se quiso sumar en un tiro libre nuestro, como diciendo, “si juegan estos ¿por que no puedo jugar yo?”, equivocado no ingresó ni al área penal. El arquero descolgaba algún que otro centro mientras soportaba los puñales del invierno. Los delanteros se turnaron las ocasiones de gol, cerca de convertir estuvieron ambos, pero el 0 a 0 redondeaba un primer tiempo de resultado rutinario.
El fantasma del empate nos saludaba de atrás del arco aquel. Se le podía ver una sonrisa cargada de barro y picardía. Nos cantaba un 0 a 0 desafinado de fondo que nos preocupaba un poco pero, nos hacíamos los distraídos.
Había que cambiar a la gente. No por el resultado en juego, sino por las obligaciones que todos tenemos de jugar. Arrancaban los 30 minutos finales. Pelotazos desesperados para callar a aquella sombra desdichada decoraban el inicio.
El reloj corría incansablemente, hasta que un centro por la izquierda encontraba al goleador de la tarde que se despachaba con el primero de sus 3 tantos.
Después vino el segundo y el tercero, luego de un desborde mágico del lateral izquierdo y el volante por el mismo sector. Descuento del rival que solo servia para asustarnos un poco. A lo lejos, se escapaba antes que terminara el encuentro aquella figura de malas intenciones. Enojado por su diabólica actuación por suerte, decidió mudarse a la cancha de al lado.
Así, Mandioca volvió a la victoria. Mandioca volvió a la punta del campeonato. Mandioca volvió a encontrar. Mandioca volvió. Mandioca.